Trabajos y Comunicaciones, 2da. Época, Nº 49, e079, enero-junio 2019. ISSN 2346-8971
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Historia

Dossier:
La mundialización de las memorias: sus recorridos en la Europa del Este

El pasado que no pasa: Cortocircuitos en las políticas de la memoria en Croacia

Mila Orlić

Universidad de Rijeka , Croacia

Cita recomendada: Orlić, M. (2018). El pasado que no pasa: Cortocircuitos en las políticas de la memoria en Croacia. Trabajos y Comunicaciones (49), e079. https://doi.org/10.24215/23468971e079

Resumen: El artículo Mila Orlić aborda el caso de Croacia, cuya la memoria ha sido profundamente remodelada por la disolución de Yugoslavia y por la experiencia de la guerra de 1991-1995 contra Serbia. En el proceso de construcción del nuevo Estado nacional, las políticas de la memoria desarrolladas en los años Noventa por iniciativa, sobre todo del presidente Tuđman, buscaron construir una nueva identidad puramente croata refiriéndose, por un lado, a la experiencia del denominado “Estado Independiente Croata” de 1941.1945, es decir de la herencia Ustacha y, por el otro lado, buscando borrar el pasado yugoslavo. Apelando al concepto de repacificación nacional, convocando a los descendientes de los Ustacha y de los partisanos, las políticas de la memoria de los años Noventa se fundaron, contemporánea y contradictoriamente, sobre dos entidades históricamente opuestas: el antifascismo y la experiencia Ustacha, creando con ello un cortocircuito en las memorias públicas. La referencia a la Segunda Guerra Mundial era permanente y la misma guerra de los años Noventa fue vista como una prolongación de aquella experiencia. Después de la muerte de Tuđman (1999), se ha producido una reorientación de las políticas de la memoria en Croacia, con una progresiva toma de distancia con relación a la herencia Ustacha.

Palabras clave: Políticas de la Memoria, Croacia, Yugoslavia, Segunda Guerra Mundial.

The past that does not happen: Short-circuits in the politics of memory in Croatia

Abstract: The Mila Orlić article discusses the case of Croatia, whose memory has been deeply reshaped by the dissolution of Yugoslavia and the experience of the 1991-1995 war against Serbia. In the process of building the new national state, the memory policies developed in the Nineties by initiative, especially of President Tuđman, sought to build a new purely Croatian identity referring, on the one hand, to the experience of the so-called “Independent Croatian State” of 1941- 1945, that is to say of the Ustacha inheritance and, on the other hand, seeking to remove the Yugoslav past. Appealing to the concept of national repacification, bringing together the descendants of the Ustacha and the partisans, the politics of the memory of the Nineties were founded, contemporaneously and contradictorily, on two historically opposed entities: antifascism and the Ustacha experience, creating with ihis a short circuit in public memories. The reference to the Second World War was permanent and the same war of the Nineties was seen as an extension of that experience. After the death of Tuđman (1999), there has been a reorientation of memory politics in Croatia, with a progressive distancing in relation to the Ustacha inheritance.

Keywords: Politics of memory, Croatia, Yugoslavia, Second World War.

Desde que las fuerzas especiales de la policía croata tocaron la puerta de un anciano residente en Karlovac (ciudad cercana a Zagreb), la relación de Croacia con su propio pasado, en algo, ha cambiado. De hecho, aquel señor de 91 años es Josip Boljkovac, un ex partisano, responsable, desde 1945, de la Ozna (Odjel za zaštitu naroda, Policía Secreta yugoslava), figura importante del Partido comunista croata y, finalmente, en 1990, Ministro del Interior de la Croacia de Franjo Tuđman. Fue acusado de haber ordenado, como responsable de la Ozna, el asesinato de 21 civiles de Duga Resa en la primavera de 1945. Sin embargo, no es casual que la elección de llevar a cabo la detención de Boljkovac, el 2 de noviembre de 2011, haya coincidido con el inicio del mayor proceso por corrupción en la historia reciente croata, el cual, involucraba al ex primer ministro Ivo Sanader y al ex jefe de partido, fundado por Tuđman, la Hdz (Hrvatska demokratska zajednica, Unión Democrática Croata).1

A través de este marginal, pero revelador acontecimiento, se condensan en un enredo, casi indisoluble, los nudos de la historia y de la memoria como del pasado y del presente de Croacia. Para empezar a desatar este nudo, que implica inevitablemente a la esfera política, es imposible no retornar a la experiencia histórica que todavía influye -en diferentes formas, pero, de igual modo omnipresente- en la escena pública europea: la Segunda Guerra Mundial con sus múltiples y persistentes legados. No obstante, el caso croata, como el de muchas de las repúblicas de la ex Yugoslavia, fue influenciado, o mejor, fue drásticamente redefinido por las guerras de los años noventa.

En un sentido muy general, Yugoslavia -como una gran parte de Europa (Castellano y Franzinetti, 2008; Traverso, 2010)- ha basado la memoria pública de la Segunda Guerra Mundial sobre un doble fundamento: el olvido de las experiencias más controvertidas y la glorificación de la lucha partisana.2 Por un lado, la imagen de la guerra implicaba la exclusión o remoción de algunos aspectos de ésta, que en la posguerra podían romper o disgregar la idea de la “hermandad y unidad” de los pueblos yugoslavos. Estos aspectos tenían que ver con las diversas formas de colaboracionismo que surgieron después del ataque alemán en abril de 1941: el caso del Estado independiente croata (Nezavisna država Hrvatska, Ndh), comandado por Ante Pavelić con apoyo de Hitler y de Mussolini, fue sin duda el ejemplo más notable de aquel colaboracionismo. Por otro lado, la exaltación de la lucha partisana se dirigía -en una forma específicamente yugoslava- al papel decisivo del movimiento de liberación interno, a diferencia de los otros países de la Europa centro-oriental, en los que la derrota de las fuerzas del Eje fue principal o casi exclusivamente dirigida por la Armada Roja.

Si bien en cierto que la memoria pública croata, en el marco yugoslavo, se ha caracterizado por tener fuertes analogías con las de otros países europeos, también es cierto que después de los acontecimientos de 1989-1991 la misma memoria pública croata, ahora en la base de las instituciones del estado soberano, ha tenido una relación más complicada y menos homogénea con las tendencias político-culturales del resto de Europa. En general, en Croacia como en otras partes, se puede afirmar, con Judt, que la “historia escrita por los vencedores” ha sido sustituida por la “historia escrita por las víctimas”. En lo particular, el caso croata, a pesar de ser signado como la excepcionalidad yugoslava en la Guerra Fría, puede ser abordado junto con los procesos de formación de los nuevos estados nacionales, o bien, de restauración de la soberanía nacional respecto al control soviético, que, desde 1990, han marcado el panorama político en Europa centro-oriental. Por el contrario, se puede sostener que la memoria croata (como la de las otras Repúblicas ex yugoslavas) fue remodelada por la disolución de Yugoslavia y por la experiencia de la guerra de 1991 a 1995.

La memoria pública en la Croacia de Tuđman

Las políticas de la memoria de la Croacia de los años Noventa han pasado a través del papel y la mediación de Tuđman, “el padre de la patria”; sin embargo, éstas se refieren a aspectos o experiencias político-culturales en parte preexistentes. La construcción de la nueva identidad croata, de la cual la reelaboración de la memoria pública hizo parte, fue de hecho la cristalización de tres orientaciones profundamente diferentes y articuladas en momentos sucesivos: la experiencia del Estado independiente croata y la herencia política ustaša desde 1941; los acontecimientos de la “Primavera croata” de 1971 y su legado nacionalista; la elección del sistema pluripartidista y la disposición para la formación de una nueva entidad estatal no sólo por parte de los nacionalistas del Hdz a partir de 1990-1991.

El común denominador de estas tres orientaciones era la voluntad de construir un Estado “puramente croata”. No es casual que fuera casi obvio, incluso sin graves implicaciones, recurrir (en el transcurso de 1990) al ejemplo de otra experiencia previa de construcción del Estado independiente croata, como la de 1941, ignorando, más o menos deliberadamente, sus vínculos con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, así como su papel en las políticas de exterminio en contra de las poblaciones no croatas de la zona. De aquella experiencia surgió todo un simbolismo impregnado de referencias al pasado ustaša, como por ejemplo la recuperación de la moneda (la Kuna) y la bandera nacional (šahovnica).3 Además, como veremos más adelante, una parte de la nueva toponimia hacía referencia a figuras prominentes pertenecientes al Estado independiente croata. Finalmente, la nueva lengua croara tendía a retomar el léxico corriente de la época del Ndh, que había caído en desuso durante el periodo de la posguerra bajo el dominio yugoslavo.

Por otro lado, este nuevo idioma derivaba de la obsesión por la pureza de la lengua nacional, que había animado la “Primavera croata”4 de 1971 y que había sido la base de la consecuente explosión nacionalista. Éste idioma se distanciaba de la lengua oficial (el serbo-croata o el croata-serbo), el que se había propuesto como forma de comunicación general entre los diferentes pueblos yugoslavos. En el ámbito de la “Primavera croata”, de la que hicieron parte destacados exponentes de la política, una de las figuras de renombre fue la del futuro presidente de la República Tuđman, el cual había sido arrestado y encarcelado. No es causal entonces que en 1990-1991 se dieran numerosas referencias a 1971, como una forma de legitimación de las reivindicaciones nacionales: en particular, las vicisitudes de Tuđman tendían a reescribir, a posteriori, el destino de una comunidad nacional entera, encarnando, en la figura de su líder, un camino de martirio y de redención, de opresión y de liberación.5

La redefinición de la identidad nacional, que encontraba en la construcción de una nueva memoria pública uno de sus momentos esenciales, era parte integral del proceso de formación del nuevo Estado nacional. Sobre este terreno el caso croata no se puede comparar con las experiencias de los otros países de Europa centro oriental, que en aquellos años también enfrentaron problemas similares. Si embargo, no se puede olvidar la especificidad de un Estado, como el croata, el cual promovía sus reivindicaciones nacionales dentro de una sociedad multiétnica: si hasta 1990 las diferentes comunidades nacionales estaban tuteladas por el mismo estatus de pueblo,6 consagrado en las constituciones yugoslavas anteriores (en particular por la última Constitución de 1974), las cosas cambiaron rápidamente después de ese momento. De hecho, con la Constitución del 22 de diciembre de 1990, Croacia se convirtió oficialmente en un Estado nacional, en el que el estatus de “pueblo” le pertenecía solo a los croatas, en tanto que los serbios quedaron reducidos a la condición de minoría nacional, perdiendo, de este modo, el anterior estatus de “pueblo constitutivo” (konstitutivni narod) garantizado por la Constitución yugoslava (Jović, 2009).

Precisamente este pasaje de la redefinición del concepto de “pueblo” fue la base del posterior conflicto. De hecho, para los croatas no solo se trataba de crear un nuevo Estado nacional, del cual estos serían el único pueblo constitutivo, sino, y sobre todo, de “reequilibrar” sobre bases puramente étnicas (a través de despidos) la presencia del componente serbio en todas las esferas de la vida pública del país (policía, educación, administración púbica, roles gerenciales y, de manera general, en la élite política, economía e intelectual), incluso donde éstos constituían (numérica y étnicamente) una mayoría.

Por este motivo, los materiales de la nueva memoria nacional se filtraron a través de un doble criterio de integración y exclusión.7 El primero se refería a la memoria de la experiencia del Estado independiente croata, que fue recuperada al interior de la nueva memoria post-1990; el segundo se vinculaba con el pasado común yugoslavo, en el cual los serbios de Croacia eran percibidos como una expresión residual, que debía ser eliminada. Estos dos criterios se tradujeron, en primer lugar, en la remodelación de la toponimia de la ciudades croatas, llevando a la eliminación de nombres y de calles que hacían referencia a la herencia yugoslava o antifascista, o bien, a la cultura y la política serbia. Uno de los ejemplos más llamativos tuvo como teatro una de la plazas principales de Zagreb, que, en septiembre de 1990, de “Plaza de las víctimas del fascismo” (Trg Žrtava fašizma) pasó a llamarse “Plaza de los grandes croatas” (Trg hrvatskih Velikana). Frecuentemente los nuevos nombres de la toponimia croata traían a la luz el pasado ustaša del Estado independiente croata, presente en algunas ciudades hasta la fecha.8 Del mismo modo, las estatuas y los monumentos antifascistas (alrededor de 3.000) que recordaban las victorias y las víctimas de la Segunda Guerra Mundial fueron demolidos, eliminados o dañados (Hrženjak, 2002).9

Este conjunto de movimientos políticos y simbólicos, que se vinculaban explícita o implícitamente con el Ndh, alimentaron la ambigüedad de las intenciones de la política de Tuđman: por un lado, a los ojos de los croatas, se vio como una inevitable operación de legitimación del nuevo Estado nacional a través de la referencia de la experiencia estatal anterior, que traducía en realidad el “sueño milenario” de la “nación croata”; por el otro, a los ojos de la población serbia en Croacia, aparecía como el retorno de las condiciones políticas y culturales que, entre 1941 y 1945, permitieron el asesinato masivo y la destrucción de la comunidad serbia. Las diferentes lecturas que emergieron de la política del Hdz contribuyeron a ampliar la ruptura ente las memorias nacionales de las dos comunidades, creando las condiciones para un enfrentamiento que pronto se transformaría en armado y que opuso, entre otras cosas, las diferentes representaciones de la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, desprovisto de cualquier ambigüedad ideológica, y excepcional en comparación con el panorama europeo contemporáneo, fue la sistemática eliminación de los libros de las bibliotecas, realizada a principio de los años noventa: libros escritos en serbo-croata o en cirílico (cuyo uso fue oficialmente prohibido), textos escritos por autores serbios o que suscitaban las sospechas de las autoridades por su contenido ideológico (libros con tintes socialistas y marxistas) o pro yugoslavos (se documenta la destrucción de 40.000 copias de la Enciclopedia yugoslava). Con actos demostrativos que no dejaban dudas sobre las intenciones “depurativas” de estas operaciones, muchos de estos libros fueron quemados en las plazas públicas de las ciudades más pequeñas (Kangrga, 30.03.1998; Matvejević, 10.11.2001; Lešaja, 2012).10

Revisionismo historiográfico

Paralelo a la construcción de la nueva identidad nacional, y en función de esta, los años noventa en Croacia también estuvieron caracterizados por una ola de revisionismo histórico e historiográfico. A diferencia de los procesos más amplios de revisionismo historiográfico, que involucraron a muchos de los países europeos en el curso de los año ochenta -de los cuales el más conocido sigue siendo el caso alemán del Historikerstreit (1986-1987)- y que pusieron en el centro del debate algunos temas de la Segunda Guerra Mundial, en el caso Croata el revisionismo historiográfico se manifestó más tarde y funcionó -casi exclusivamente- como elemento constitutivo del nuevo Estado nacional (državotvorstvo).11 En este sentido, difería del revisionismo historiográfico serbio, tanto por los tiempos como por las formas en que se posicionó en la escena política. De hecho, en Serbia, las primeras obras revisionistas se pueden ubicar en la primera mitad de los años ochenta (o, incluso, a finales de los años setenta), alcanzado su cima con la publicación del conocido “Memorándum” de la Academia de las Ciencias y de las Artes de Belgrado (Srpska Alademija Nauka i Umetnosti, Sanu) en 1986 (Ramet, 2002: 19-21). A partir de los años ochenta, la intención de una parte de la historiografía serbia (la revisionista) era mostrar la “predisposición genocida” (genocidnost) del pueblo croata,12 retomando, en primer lugar, la experiencia traumática del campo de concentración de Jasenovac, donde fueron asesinados decenas de miles de ciudadanos serbios, junto con judíos y romaníes (entre 1941 y 1945),13 amplificando desmesuradamente el número de víctimas. El debate historiográfico sobre la Segunda Guerra Mundial se reabrió “oficialmente”, situándose esta vez -como se observó a través de la reflexión de Tony Judt- exclusivamente desde el punto de vista de las víctimas de ese conflicto. En las antiguas repúblicas yugoslavas esto significaba, inevitablemente, fortalecer y exacerbar las divisiones nacionales que Tito había intentado cautelosamente evitar mientras estuvo vivo, reconociendo los riesgos que habría causado una discusión sobre estos temas. De hecho, el fracaso en la elaboración del duelo de la Segunda Guerra Mundial fue lo que causó las manipulaciones (por una parte del periodismo y de la historiografía “no académica”) sobre el número de víctimas, lo que contribuyó a exacerbar las tensiones nacionales a finales de los años ochenta.14

Sin embargo, la historiografía croata, sobre todo la oficial (académica), durante los años ochenta se mantuvo fuera del debate del revisionismo historiográfico y permaneció al margen de los impulsos que, sobre ciertos temas, provenían tanto del exterior -de la “diáspora” fuertemente influenciada por los entornos ustaša y del nacionalismo croata-, como del interior (especialmente desde Serbia), encerrándose en lo que más tarde se llamó “el silencio” de los académicos croatas (Petrungaro, 2006). Esto creó la posibilidad de llenar este “vacío” con trabajos periodísticos (o pseudohistóricos) de naturaleza nacionalista (y por tanto revisionistas), entre los cuales el más importante fue, sin dudas, el escrito por Franjo Tuđman: La deriva de la realidad histórica. El debate sobre la historia y sobre la filosofía de la violencia (Bespuća povijesne zbiljnosti. Rasprava o povijesti i filozofiji zlosilja), publicado en 1989.15 Con este libro, Tuđman se transformó en el principal promotor del revisionismo historiográfico croata, presentándose, por primera vez, como historiador profesional (fue director del Instituto para la historia del movimiento obrero de Zagreb entre 1961-64; en 1965 obtuvo el título de doctor en historia, permaneciendo siempre por fuera de los círculos académicos de Zagreb) y después, como un nuevo líder político del emergente, (o mejor, reemergente) nacionalismo croata. De hecho, en 1989 se creó el partido Hdz, del cual Tuđman sería su líder hasta su muerte (1999), quien a su vez se propuso para las primeras elecciones políticas libres, en la primavera de 1990 como la única opción nacional (y nacionalista) (Orlić a, 2011 y Orlić b, 2011).

Precisamente esta ambigua superposición de roles (entre lo histórico y lo político), que se alimentaron mutuamente, caracterizó el trayecto de Tuđman y explicó su particular “teoría” de las políticas futuras de memoria en Croacia. En su Deriva de la realidad histórica Tuđman se centró sobre dos elementos principales: el análisis de la violencia –que en ocasiones asumió justificaciones inaceptables para algunas masacres que tuvieron lugar en nombre de la Nación- y el redimensionamiento del número de víctimas del Estado independiente croata en el campo de concentración de Jasenovac. Ambos elementos se insertaron en un marco más amplio de carácter negacionista, cuando no abiertamente antisemita, a partir del lenguaje inequívoco que utilizaba el autor.16 En realidad, la cuestión judía en el libro de Tuđman fue funcional para minimizar los crímenes del Estado independiente croata, lo que representaba en sí el verdadero objetivo de su trabajo. De hecho, un parte sustancial del libro se dedica a “desmantelar” una de las piedras fundantes de la memoria pública yugoslava, es decir las 700.000 víctimas de Jasenovac.17 Su conclusión era que “en el campo de Jasenovac perdieron la vida algunas decenas de miles de prisioneros (probablemente 3-4.000), principalmente romaníes, luego judíos y serbios, e incluso croatas” (Tuđman, 1989: 316) invirtiendo, de este modo, el orden (numérico) de las víctimas, que eran principalmente serbios.

Durante la campaña electoral, en febrero de 1990, Tuđman continuó en el camino del revisionismo, recordando en varias ocasiones el pasado del Estado independiente croata, entendido “no sólo como una creación fascista, sino también como una expresión de las aspiraciones seculares del pueblo croata en su lucha por un Estado independiente”.18 Como se mencionó al comienzo del artículo, justamente la necesidad de crear formas de continuidad con la pasado “nacional” llevó a Tuđman a recuperar algunos elemento del pasado de la Ndh (como la moneda, la terminología militar y burocrática, como las denominaciones de las instituciones estatales), mientras que tomó distancia de su vínculo con el III Reich.

Sin embargo, la estrategia más eficaz, elaborada por Tuđman en el ámbito de la construcción de una nueva memoria pública, fue la de la llamada pacificación de todos los croatas (es decir, de la reconciliación nacional), tomada en préstamo, de la lectura de las obras de Vjekoslav Maks Luburić (uno de los principales exponentes de la ustaša, como también responsable del campo de Jasenovac), de una idea original de Francisco Franco (Hudelist, 2004). De hecho Luburić, quien había logrado huir de Yugoslavia al final de la guerra mundial evadiéndose de la justicia y de la captura internacional como criminal de guerra, encontró refugio (como Pavelić y otros criminales ustaša) en la España de Franco, donde elaboró –continuaba luchando por la “Croacia independiente”- el concepto de la reconciliación nacional, más tarde retomado por el mismo Tuđman. Su intención era superar las divisiones ideológicas al interior del pueblo croata, las cuales habían conducido a la guerra civil durante la Segunda Guerra Mundial y, con ello, reunir a los ustaša y los partisanos (es decir, a sus hijos y nietos) en la lucha común para la creación del Estado nacional independiente. Este tipo de estrategia hizo que, a partir de los años noventa, las políticas de la memoria en Croacia se fundara, simultáneamente, sobre el antifascismo (y sobre el movimiento de liberación) y sobre el recuerdo (directo o indirecto) del pasado del Nhd (como la última formación de un Estado nacional), que el mismo movimiento de liberación había combatido desde 1941 hasta 1945, creando, de esta manera, una especie de cortocircuito en las memorias públicas. Esta aparente esquizofrenia, aunque lineal en su lógica nacional, fue particularmente visible en los manuales de historia.

El análisis de los manuales de historia para las escuelas medias y secundarias en Croacia permite observar, por un lado la esencia de lo que puede ser definido como revisionismo historiográfico y, por el otro, las modalidades de la construcción de una nueva identidad nacional (Budak, 2004; Koren, 2009). La característica principal es la forma en la que se trata de representar la continuidad (desde el siglo VII) de la “nación” croata, en la que las dos formas de la Yugoslavia (la monárquica 1918-1941 y la socialista 1945-1990) son representadas como rupturas y discontinuidades, mientras que las otras realidades, narradas como “nacionales”, son descritas de modo apologético y acrítico, como en el caso del Estado independiente croata (1941-1945). Las palabras de la historiadora Agneza Szabo, responsable de los manuales de historia croatas, son indicativas:

No se debe olvidar [en los manuales] que la creación del Estado independiente croata al principio tuvo un gran peso, porque los croatas cultivaban la esperanza y la oportunidad de crear un Estado moderno croata, cosa que es, además, su derecho. Por tanto, cuando hablamos del Ndh, no podemos representarlo como un Estado que persiguió a los judíos, a los serbios, y también a los croatas. Desafortunadamente, esto es cierto y no se puede justificar, pero el Ndh no fue solo esto. Ndh fue un Estado reconocido a nivel internacional, con posibilidades de desarrollo industrial, económico y, sobre todo, científico y cultural (Szabo en Večernji list, 01.04.1996).

Junto a las “continuidades nacionales”, en los nuevos manuales de historia también emerge con claridad la idea de la “pacificación nacional” promovida por Tuđman: se reinstala de este modo el cortocircuito en el cual se exalta, por un lado, las decisiones del Zavnoh19 y del Avnoj20 -máxima expresión del poder antifascista en Croacia y Yugoslavia, al frente del movimiento de liberación- porque se refieren a la creación de Croacia en los territorios que todavía están bajo su soberanía estatal;21 mientras que, por el otro lado, se reduce al mínimo la descripción de los crímenes ustaša durante la Segunda Guerra Mundial, poniendo, por el contrario, el acento en los realizados por los četnici y los partisanos. Estos últimos, al igual que los “comunistas”, se transformaron en una categoría metahistórica (presente hasta nuestros días), sin una clara identidad nacional, destinada únicamente a representar al enemigo ideológico que es un “otro” respecto al “nosotros”, dotado, en vez, de una clara pertenencia nacional. De este modo, algunas figuras históricas –no comparables a los “grandes nombres de la Patria”, en lo que respecta a la nacionalidad croata- se transformaron, simplemente, en “comunistas” o “partisanos”, mientras que los otros, a pesar de haber sido partisanos y comunistas, son definidos, ante todo, como croatas.22

Asimismo, las elecciones lexicales ofrecen indicios relativos a las modalidades de construcción de una nueva narración histórica, basada sobre la idea de continuidad nacional: el término “ejercito croata” (hrvatska vojska), por ejemplo, es utilizado para describir las formaciones militares croatas en diferentes periodos, registrando en un mismo proceso, sin solución de continuidad, a las formaciones del Estado independiente croata de la Segunda Guerra Mundial y las de la “guerra patriótica” (Domovinski rat) de los años noventa.

De manera más general, el proceso de legitimización de las elecciones políticas y militares de la Croacia de Tuđman pasó a través de la definición y el uso de representaciones que se referían directamente a las experiencias de la Segunda Guerra Mundial. No es sorprendente, entonces, que en muchos manuales, la misma guerra de los años noventa sea representada como una pura y simple continuación de la Segunda Guerra Mundial, en la que los croatas y los serbios tienden a representarse a sí mismos como ustaša y četnici. Es particularmente llamativa la descripción del enemigo en los años noventa como “ejército Cetnic-Bolchevique” (četničko-boljševička vojska) -definición con la que se asocian en forma, totalmente antihistórica, los dos irreductibles enemigos del Estado independiente croata en la guerra de 1941-1945. Lo paradójico radica en el hecho que los četnici y los comunistas -a los ojos de los croatas de los años noventa confundidos en una misma categoría- combatieron amargamente entre sí, durante toda la Segunda Guerra Mundial.

Conmemoraciones públicas

Muchos caminos (si no todos) de la memoria croata pasan por Bleiburg. De hecho, esta pequeña ciudad austriaca fue teatro, en 1945, de un acontecimiento que había sido eliminado de la memoria yugoslava durante toda la posguerra y que se transformó en foco de atención pública desde principios de los años noventa. En aquellos días -una semana después de la rendición del Tercer Reich y de la entrada de las tropas partisanas yugoslavas a Zagreb- los líderes del ejército del Estado independiente croata, junto con sus familias, se negaron a rendirse, tomando la decisión de retirarse hasta la frontera esloveno-austriaca donde se entregarían a los Aliados. Sin embargo, los británicos rechazaron la oferta de rendición por parte de la Nhd, bajo el argumento de que los mismos debían rendirse en presencia del ejército yugoslavo (contra quienes habían combatido en la guerra); a su vez, a éste último había reunido una masa importante de militares y civiles que huían de Croacia -a la que se unieron otras formaciones colaboracionistas (eslovenas, serbias y montenegrinas), buscando la salvación del previsible ajuste de cuentas-, llevando a cabo algunas ejecuciones sumarias e iniciando las llamadas marchas de la muerte hacia las cárceles yugoslavas (Goldstein, 2008). Aunque la mayor parte de las víctimas perdió la vida durante las marchas o dentro de las cárceles, Bleiburg se convertiría en el centro simbólico de los acontecimientos que vendrían a ejercer una fuerte influencia en la memoria croata.23

De hecho, en el periodo yugoslavo, Bleiburg fue el destino de peregrinación de algunas minorías nostálgicas, que cultivaban un culto memorial semiclandestino, prohibido oficialmente por el Estado. En su mayoría eran veteranos y familiares de combatientes del Estado independiente croata (muchos de ellos pertenecientes a la diáspora croata de la posguerra), que buscaban perpetuar la memoria y salvaguardar su legado. Con los cambios radicales de principios de los noventa, Bleiburg, de lugar de la memoria de unos cuantos, pasó a convertirse en el espacio de martirio de toda una nación, asumiendo un valor claramente político y público e instando a la participación de los más altos cargos del Estado y de la Iglesia Católica croata. En cierto modo, la memoria de los eventos de Bleiburg representó un material inmediatamente disponible, para las nuevas instituciones soberanas, para construir la nueva identidad nacional. En las ceremonias públicas que se establecieron desde los años noventa, la presencia de simbología ustaša era ampliamente visible, integrándose en la disposición escenográfica de la memoria. En este sentido, los recuerdos de la vieja guerra se mezclaron con las demandas psicológicas y políticas de la nueva guerra, ofreciendo la posibilidad de establecer una conexión profunda, si no una verdadera continuidad entre la una y la otra, a través de la conmemoración de los caídos por la patria croata. La memoria de Bleiburg estaba completamente integrada en las intenciones de los que combatían la nueva guerra, para vengar a los caídos de 1945 y para espantar la amenaza de un nuevo “martirio nacional”.

En 1995 -en ocasión del quincuagésimo aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial- y, por lo tanto, de Bleiburg -el Parlamento croata proclamó el 15 de mayo día de la memoria de las víctimas croatas caídas en la lucha por la independencia. Un parlamentario, Nedjeljko Mihanović, explicó el significado de esta decisión, señalando, una vez más, que la “croaticidad y el Estado croata se construyeron […] sobre la base del secular martirio nacional […] y, de esta manera, la muerte nacional croata se convierte en el inicio de una nueva vida nacional y de un nuevo futuro” (Vjesnik, 16.05.1995).

Paradójicamente, un Estado que, según la Constitución, se remitía a la tradición antifascista ratificaba de este modo la memoria de las “víctimas” que eran todo menos antifascistas. En este sentido, desde entonces Bleiburg encarnó el mito del martirio nacional, logrando con eficacia -mas no sin serias contradicciones- manipular la conciencia histórica de lo que había ocurrido en 1945; a través de ese mito, de hecho, los combatientes del Estado independiente croata se transformaron en “víctimas”, mientras que las figuras de los otros colaboracionistas, involucrados en los mismos hechos, fueron completamente olvidadas. En años más recientes, la responsabilidad por la muertes de 1945 se le ha atribuido a un régimen comunista que aún no se había establecido: las víctimas de Bleiburg, en este caso, son retratadas no como las últimas víctimas de la Segunda Guerra, sino como las primeras víctimas del naciente régimen totalitario. Con esta superposición de perspectivas históricas, reconstruidas a posteriori, se trató de acercar a Croacia a los países de Europa Central, en nombre de la experiencia común de la opresión comunista, acreditando con ello la pretensión de representar un camino de disidencia anticomunista.

Paralelo a la conmemoración de Bleiburg (y a las de la “guerra patriótica” de los años noventa), que siguen representando el eje de la identidad nacional, se agregó en el marco de la memoria pública las conmemoraciones de Jasenovac. Sin embargo, estas han tenido un camino más tortuoso porque era más difícil de sobreponer sobre la imagen que la nueva Croacia quería dar de sí misma. De hecho, como ya se ha mencionado, se trataba de conmemorar a las víctimas de ese mismo Estado independiente croata que se celebraba en Bleiburg, reactivando aquel cortocircuito de la memoria del cual se ha hablado en el curso del texto. Durante mucho tiempo, Jasenovac fue relegado a los márgenes de la memoria pública, conmemorado (por lo menos en el curso de los años noventa) casi exclusivamente por asociaciones antifascista y por algunas víctimas del campo, con escasa y esporádica presencia política. Solo después de la muerte de Tuđman y de la transición al nuevo gobierno de centro-izquierda en el años 2000, un Primer ministro croata, en este caso Ivica Račan, participó por primera vez (en abril de 2002) de una conmemoración oficial en Jasenovac. Desde ese entonces y, sobre todo, después de la elección de Stjepan Mesić como jefe de Estado, la atención sobre Jasenovac se hizo cada vez más evidente. De hecho, a partir de 2003 -cuando fue el primer Presidente del Estado en participar en la conmemoración pública de Jasenovac- Mesić inauguró una personal batalla política sustentada exclusivamente sobre valores antifascistas, en clara oposición a las políticas de Bleiburg.

En general, podemos afirmar que, después de la muerte de Tuđman en 1999, se abrió un proceso de lento y progresivo cambio en las políticas públicas en Croacia. Lo que incluyó un especial distanciamiento del pasado ustaša y una reformulación de la identidad, ratificada -al menos a nivel oficial- por la admisión de Croacia en la Unión Europea, efectuada en julio de 2013. El último y más tenaz baluarte de las políticas de los años noventa está representado por la Iglesia católica, la que intenta preservar la identidad nacional tal como la había concebido Tuđman.

No obstante, los esfuerzos realizados en la dirección opuesta, dirigidos a superar no sólo las controversias de la Segunda Guerra Mundial, sino también las de las políticas de los años noventa han producido resultados confusos. En particular, la reciente absolución de los generales croatas por la Corte internacional de la Haya no sólo complicó el proceso de revisión historiográfica y el replanteamiento público de las responsabilidades croatas en las guerra de secesión de Yugoslavia. De hecho, sin dudar del mérito de la sentencia, relativa a la acusación de los crímenes de guerra, en contra de Ante Gotovina y Mladen Markač, no se puede omitir la reacción de la opinión pública y de la clase dirigente croata, la cual acogió con entusiasmo la noticia de la liberación de los que son identificados como héroes de la patria, pero que estuvieron a cargo de la operación militar que condujo, directa o indirectamente, a la drástica reducción (y casi desaparición) de la minoría serbia en el territorio croata.24 En este clima de recuperada unidad y unanimidad nacional (y nacionalista) será mucho más difícil lidiar con los hechos que marcaron la constitución del Estado croata en los años noventa.

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Notas

1 Sobre los hechos vinculados a Boljkovac véase “Jutarnji list”, 2 de noviembre de 2011. El 28 de noviembre de 2011, bajo decisión de la Corte constitucional croata, Boljkovac fue puesto en libertad, debido a que su arresto fue considerado inconstitucional.
2 Como ha destacado Tony Judt: “La Europa de la inmediata posguerra fue construida o se fundó sobre una deliberada distorsión de la memoria, sobre el olvido como estilo de vida. Por el contrario, después de 1989, fue reedificada sobre un exceso compensatorio de memoria: una rememoración pública institucionalizada como pilastra fundante de la identidad colectiva” (Judt, 2007: 1021)
3 El tablero de ajedrez (šahovnica) es un viejo símbolo nacional que ha estado presente en los diferentes escudos, tanto antes como después, del Estado Independiente croata. Sin embargo, la opción de colocarlo dentro de la bandera nacional en 1990 retomaba un uso impuesto por el Ndh. La continuidad simbólica se atestigua en la reproducción del tablero de ajedrez con el cuadrado blanco inicial reemplazado, en diciembre de 1990, por el cuadrado rojo inicial (Pavlaković, 2008)
4 Lo que se entiende por “Primavera croata” nace a finales de los años sesenta como una corriente reformista al interior de la Liga, y que pronto se transformó en un movimiento de masas (Maspok), que asumió cada vez más características nacionalistas, poniendo su atención en la posición del pueblo y en la lengua croata dentro de los marcos federales. Las franjas más radicales del movimiento llegaron a exigir una ampliación de la República croata, incluyendo a los croatas de la Bosnia- Herzegovina, solicitando la admisión de Croacia en la ONU, así como el control directo de la policía y el ejército. Si bien estas medidas más extremas no fueron aceptadas, desde 1971 se adoptaron reformas constitucionales, las cuales fueron refrendadas por la Constitución de 1974, las cuales reconocían una mayor autonomía de las repúblicas individuales. Los exponentes nacionalistas de la “Primavera croata” (entre ellos Tuđman) fueron arrestados.
5 Es importante recordar el camino de Tuđman incluso antes de 1971: combatió como partisano en la Segunda Guerra Mundial, y luego se convirtió en el general más joven del Ejército Popular Yugoslavo. A principios de los años cincuenta se mudó a Belgrado, donde asistió a la Academia Militar. Recién a comienzos de los años sesenta regresó a Zagreb, donde emprendió el camino de los estudios históricos, convirtiéndose en director del Instituto para la historia del movimiento obrero en Croacia (Institut za historiju radničkoga pokreta Hrvatske).
6 La Constitución yugoslava reconocía a seis pueblos constitutivos (serbios, croatas, eslovenos, macedonios, montenegrinos y musulmanes) un estatus igual en todas las Repúblicas, independientemente del hecho de si dentro de cada república representaran la mayoría o la minoría (véase los artículos 245 y 249 de la Constitución de la RFSY de 1974). Para los musulmanes bosnios fue acuñado el término Musulmán, con letra mayúscula, para definir al pueblo de Bosnia y Herzegovina, incluso si estos no eran necesariamente de fe musulmana.
7 La escritora croata Dubravka Ugrešić ha definido este doble proceso como el “terror del recuerdo” y el “terror del olvido”; “Ambos procesos aparecen en función de la construcción del nuevo Estado, de la nueva verdad. El terror del recuerdo es la estrategia con la cual se instaura la continuidad de la identidad nacional (la que se presupone fue interrumpida); el terror del olvido es la estrategia con la cual se quiere destruir la identidad “yugoslava” y la posibilidad de su nueva reconstrucción” (Ugrešić, 2002: 103)
8 Es el caso de Mile Budak, uno de los principales ideólogos del movimiento ustaša, cuyo nombre todavía está presente en la calles de algunas ciudades croatas (especialmente en Eslavonia), a pesar de la decisión del Parlamento croata en 2003 de borrar su nombre de todas las calles dedicadas a él.
9 Cabe señalar que este fenómeno no afecto a Istria, donde permanecieron intactos casi todos los monumentos, así como los nombres de las calles y plazas.
10 Sobre el “libricidio” en Croacia véase el artículo del filósofo M. Kangrga (30.03.1998), quien fue procesado por haber denunciado este fenómeno. Otro famoso intelectual y escritor, Predrag Matvejević (10.11.2001), fue procesado y condenado por haber escrito en el diario croata “Jutarnji list” -en el contexto de la guerra estadounidense en Afganistán- el artículo Naši talebani (Nuestros Talibanes), en el que criticaba a algunos escritores nacionalistas por haber fomentado la guerra.
11 Este término fue ampliamente usado por la historiografía croata, ya que se consideró “menos negativo” que el término revisionismo. (Goldstein y Hutinec, 2007: 189)
12 Véase, entre otros, los trabajos de Dobrica Ćosić, Veselin Đuretić, Velimir Terzić.
13 Jasenovac es una pequeña ciudad sobre el río Sava donde se ubicó, durante la Segunda Guerra Mundial, el comando de todos los campos de concentración (y exterminio) bajo el control de la Ndh. Comenzó a funcionar inmediatamente después de la creación del Estado independiente croata, en el verano de 1941, y se componía de varios campos que desempeñaban diferentes funciones: fue el lugar de la muerte de la mayor parte de los serbios y de los romaníes (y en parte de los judíos), fue el campo de tránsito para los judíos destinados a otros campos de exterminio y campo de trabajo forzado por los croatas antifascistas y opositores políticos. Alrededor de 90.000 personas fueron asesinadas en Jasenovac, en su mayoría serbios, judíos y romaníes.
14 Timothy Snyder se refiere al caso serbio: “las guerras de los años noventa en Yugoslavia comenzaron, en parte, porque los serbios estaban convencidos de que en la Segunda Guerra Mundial varios de sus conciudadanos habían sido asesinados en un número superior al documentado” (Snyder, 2011: 457)
15 Este libro estuvo precedido por otra obra suya muy importante: Nationalism in contemporary Europe (1981).
16 En el texto son comunes las expresiones como “judaísmo mundial”, “política judeo-nazi” junto a la banalización de los términos “Holocausto” y “Solución Final”, así como la presentación de los judíos como verdugos y no como víctimas”. (Petrungaro, 2006: 276)
17 Sobre las víctimas de Jasenovac existe todavía un debate muy álgido. La misma área en la que se ubicaba el campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, se encuentra ahora dividida entre dos Estados: a un lado del río Sava, en el territorio croata, está la ciudad de Jasenovac (junto al complejo memorial), mientras que al otro lado del río está la Republika Srpska (parte de la confederación de Bosnia y Herzegovina) con su parte museística. Basta recorrer unos cientos de metros, a ambos lados del río, para notar las diversas “verdades” de Jasenovac: mientras en la República Serbia se sigue proponiendo la cifra de 700.000 víctimas (elaborada por la historiografía yugoslava y sostenida, hasta los años ochenta, por las otras Repúblicas), en Croacia se decidió hacer tabula rasa -siguiendo las presiones negacionistas y revisionistas de los años noventa- y reiniciar la cuenta desde cero, incluyendo como “víctimas” solo a aquellos que fueron efectivamente asesinados dentro de las puertas del campo y para los cuales existe una documentación establecida. Siguiendo este enfoque, hasta la fecha se ha registrado una cifra aproximada de 82.000 víctimas (teniendo en cuenta que se trata de un trabajo en progreso); dejando, no obstante, abiertas muchas cuestiones, como por ejemplo, con qué categoría tratar a los asesinados (que no fueron pocos) en el camino hacia el campo, o, cómo “constatar”, con la documentación solicitada por la dirección del campo, a aquellas víctimas cuyos descendientes están hoy en Serbia (tras las guerras de los años noventa) y que no tienen la voluntad o la posibilidad de dirigirse a Croacia o, de forma aún más extrema, aquellos que no tuvieron descendencia o cuyas familias fueron completamente exterminadas.
18 Esta frase, entre las más citadas por los historiadores y analistas, fue pronunciada en el discurso de Franjo Tuđman en ocasión de la primera asamblea del Hdz, celebrada en Zagreb el 24 de febrero de 1990. El aspecto más discutido de esta frase, más allá de la referencia directa al Ndh, fue la idea de las “aspiraciones pluriseculares del pueblo croata”, aludiendo a los eventos de 1102, recordando al mismo duce Ante Pavelic con motivo de la creación del Estado independiente croata en abril de 1941 (Goldstein, 2009: 19-20)
19 Zemaljsko antifašističko Vijeće Narodnog Oslobođenja Hrvatske (Consejo Territorial antifascista de liberación nacional de Croacia)
20 Antifašističko Vijeće Narodnog Oslobođenja Jugoslavije (Consejo antifascista de liberación nacional de Yugoslavia).
21 La reivindicación de estas decisiones emergió con especial énfasis en la disputa diplomática entre el presidente croata Stjepan Mesić y el presidente italiano Giorgio Napolitano en febrero de 2007, con motivo de las conmemoración del “Día del Recuerdo”, cuando el presidente Napolitano declaró: “ya en el desencadenamiento de la primera ola de violencia ciega en esas tierras, en el otoño de 1943, se entrelazaron ‘justicialismo sumario y tumultuoso, paroxismo nacionalista, rivalidades sociales y un plan de erradicación’ de la presencia italiana de lo que fue, y dejó de ser, la Venecia Julia. Por lo tanto, hubo un movimiento de odio y de furia sanguinaria, y un diseño anexionista eslavo, que prevaleció sobre todo en el Tratado de Paz de 1947, y que asumió los siniestros contornos de una ‘limpieza étnica’”. (Napolitano, 10.02.2007). Estas palabras de Napolitano fueron leídas por Mesić como claros “elementos de racismo abierto, revisionismo histórico y revanchismos político” que podían poner en discusión el Tratado de Paz de 1947 y los Acuerdos de Osimio.
22 Un caso muy elocuente es el de Andrija Hebrang, comunista y partisano, que se convirtió, principalmente, en croata (y, por tanto, uno de “nosotros”), ya que él mismo fue víctima del régimen comunista (toda la cuestión se explica sólo a través del elemento nacional, en lugar del ideológico, como de hecho sucede). Por el contrario, la historia más reciente de Josip Boljkovac, representa muy bien el procedimiento inverso: a pesar de haber sido el primer Ministro del Interior de Croacia al inicio de los años noventa -y por tanto ministro de Tuđman - hoy se lo describe solo con el adjetivo “comunista”, por lo tanto fuera del “nosotros” y sin ninguna calificación nacional.
23 El debate en torno al número de víctimas sigue siendo muy intenso y fluctuante, como en el caso de Jasenovac, que va desde unas pocas decenas de miles hasta varios cientos de miles en las versiones más extremas. La historiografía más imparcial estima que el número total de víctimas fue de alrededor de 45.000 personas de nacionalidad croata. (Žerjavić, 1992; Goldstein y Goldstein, 2011)
24 Los generales Gotovina y Markač fueron los comandantes de la operación militar “Tempestad”, con la cual Croacia reconquistó las Krajinas (ocupadas militarmente por formaciones serbias) en agosto de 1995: después de esta operación cerca de 150.000 serbios abandonaron la Krajina. Si este abandono configuró un verdadero caso de “limpieza étnica” por parte del ejército croata contra la población civil serbia es, todavía, una pregunta abierta, alimentada por dos sentencias de signo opuesto. De hecho, el Tribunal Internacional se pronunció el 15 de abril de 2011 con una sentencia en primera instancia que reconocía todas las acusaciones y condenaba a Gotovina y Markač a 24 y 18 años de prisión, respectivamente. En la apelación, el 16 de noviembre de 2012, el mismo Tribunal emitió una condena de absolución para los dos generales, los que fuero, en consecuencia, liberados.

Recepción: 10 octubre 2018

Aprobación: 29 octubre 2018

Publicación: 04 enero 2018

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