Trabajos y Comunicaciones, 2da. Época, Nº 44, e018, septiembre 2016. ISSN 2346-8971
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Historia

 

ARTÍCULO/ARTICLE

 

Desarrollismo y el progreso en la Argentina: un aporte marxista

 

Aníbal Pablo Jáuregui

Instituto Interdisciplinario de Economía Política de Buenos Aires – Universidad Nacional de Buenos Aires – CONICET
Argentina
anibal.jauregui@fibertel.com.ar

Cita sugerida: Jauregui, A. P.(2016). Desarrollismo y el progreso en la Argentina: un aporte marxista Trabajos y Comunicaciones (44), e018 . Recuperado de: http://www.trabajosycomunicaciones.fahce.unlp.edu.ar/article/view/TyCe018

Resumen
El desarrollismo como ideología política enervó buena parte de la trama latinoamericana de las décadas de 1950 y de 1960. Si bien muchas veces se la puede entender como la mera adaptación del keynesianismo y la economía del desarrollo a las condiciones regionales, sus fuentes ideológicas resultaron mucho más complejas. Su configuración híbrida contuvo una mezcla de nacionalismo, economía del desarrollo, junto con marxismo y positivismo. Entre los ideólogos del desarrollismo argentino, nos interesa estudiar el aporte de un intelectual de formación leninista ortodoxa, Juan José Real, cuya participación resultaría problemática en el contexto de la agudización de la llamada Guerra Fría. En una mirada que combinaba la idea de ley aplicada a la historia y la voluntad como herramienta de cambio, Real sostenía que la etapa histórica que vivía el país requería la formación de un frente político cuyo objetivo debería ser la profundización del desarrollo capitalista, con la colaboración del capital extranjero, como la etapa necesaria para completar la formación de una nación, bajo el liderazgo de una burguesía modernizante.

Palabras clave: Desarrollismo; Real; Ideología; Comunismo

Developmentalism and progress in Argentina: a Marxist contribution

Abstract
Developmentalism as a political ideology unnerved much of the Latin American pattern of the 1950s and 1960. While many times it can be understood as the mere adaptation of Keynesianism and development economics to regional conditions, their ideological sources were much more complex. Its hybrid configuration contained a mixture of nationalism, development economics, along with Marxism and positivism. Among the ideologists of Argentine developmentalism, we want to study the contribution of an orthodox Leninist intellectual formation, Juan José Real, whose participation would be problematic in the context of the intensification of the Cold War. In a look that combined the idea of ​​law applied to history and will as a tool for change, Real argued that the historical period the country was required the formation of a political front whose aim should be the deepening of capitalist development, with the collaboration of foreign capital, as necessary to complete the formation of a nation under the leadership of a modernizing bourgeoisie

Keywords: Developmentalism; Real; Ideology; Communism

 


I. Presentación

El desarrollismo representó en América Latina una ideología política cuyos rasgos esenciales se constituyeron a mediados de los años `50, a partir del cuestionamiento de las estructuras económicas tradicionales, ligadas a la especialización exportadora, a las que se conectaba con las frustraciones colectivas. La necesidad de transformaciones se hizo más fuerte como consecuencia de los problemas de balanza de pagos que se agudizaron en aquellos años. “El desarrollismo – dice Sikkink – fue un programa de compromiso elaborado dentro de una matriz de restricciones y oportunidades nacionales e internacionales” (Sikkink, 2009: 24).

Indudablemente los impulsores intelectuales de ese movimiento fueron la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y Raúl Prebisch, su figura medular. En cada país el movimiento adquirió trazos singulares por las diferencias previas de formación económica y cultural. En ese sentido el caso brasileño es representativo de la complejidad de tradiciones afluentes a la constitución de una manera de concebir el desarrollo (Fonseca, 2004).

En este trabajo nos proponemos estudiar algunos rasgos centrales del ideario desarrollista argentino tomando como eje uno de sus intelectuales, Juan José Real. Nuestra intención es mostrar la construcción de una forma de entender la realidad cuya complejidad no siempre es advertida por los investigadores. En principio estudiaremos los rasgos generales del pensamiento desarrollista. Después nos concentramos en estudiar el enfoque historicista que adoptaría Real para explicar la inevitabilidad de la industrialización. Después analizaremos su justificación origen leninista de la convocatoria al capital extranjero. Más adelante, nos adentraremos en su valoración de las instituciones y por último veremos su reacción frente a la renovación del ideario revolucionario en las décadas de 1960 y 1970.

II. El desarrollismo y los desarrollistas

Como se ha dicho, esta corriente tuvo en la Argentina una evolución singular. Existió aquello que denominamos desarrollismo genérico, transversal a muchos espacios políticos (radical popular, liberal tecnocrático o militar autoritario) y que en términos generales coincidía con las postulaciones de la CEPAL. Pero el que fuera denominado movimiento desarrollista organizado en torno a las figuras de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio mantuvo especificidades singulares. Sobre este movimiento y sobre el período presidencial 1958-1962 existe una literatura que es imposible soslayar. Dicha literatura enfatiza en la ruptura evidente en la trayectoria de Frondizi a partir de su llegada al gobierno. Indudablemente estas discontinuidades no pueden desvincularse de las condiciones generales de la economía, el empeoramiento de las relaciones económicas externas pero tampoco de su encuentro con Frigerio y su heterogéneo grupo de seguidores intelectuales. En términos generales podríamos decir que esa literatura enfatiza en el abandono de las banderas nacionalistas que habían definido la intransigencia radical, a través del denominado nacionalismo de medios que apuntaba a los resultados efectivos de la acción de gobierno. También se advierte que la transición de la línea nacionalista y estatista de la Carta de Avellaneda a la Asamblea de Chascomús (donde la UCRI hizo suyo el programa modernizador del gobierno) fue compleja y no tan abrupta como suele creerse. También esos autores remarcan la diversidad de orígenes políticos que caracterizan a las figuras que rodean a Frigerio y al propio Frondizi, heterogeneidad que se repite en el frente que triunfara en las elecciones del 23 de febrero de 1958 (Pandolfi 1968; Casas, 1973; Odena, 1977). Szusterman (1998) realiza una notable reconstrucción de la presidencia de Frondizi, centrándose en las contradicciones del personaje, su tendencia a cambiar de orientación y el personalismo con que manejó su gobierno. O’Donnell (1977) por su parte, correlaciona estos zigzagueos a la capacidad de bloqueo que ostentaba diversos actores opositores en el escenario pretoriano de entonces

Un rasgo notable del grupo desarrollista consistió en su apuesta por un arsenal de ideas elaboradas en la usina frigerista de Qué. De acuerdo a Rouquié (1975) ese grupo elaboró una ideología anti-ideológica; por su pragmatismo con el que se buscaba salir del subdesarrollo, asociado a la influencia del sector económico agroimportador. Para superar este estado, se elabora la teoría “científica” de los factores de poder (militares, iglesia y sindicatos) como las fuerzas motores del nacional-industrialismo. Este proyecto de liberación nacional partía de la necesidad de una alianza de clases contenida en un nacionalismo movilizador. El patriotismo no se consideraba contradictorio con el creciente pro-americanismo ni con el optimismo respecto de las posibilidades del mundo en un contexto convivencia pacífica entre las grandes potencias en el próximo fin de la Guerra Fría.

Posteriormente Altamirano (2001) profundizó esta línea de análisis concentrado en la inexorabilidad del ciclo histórico que venía por delante al que se podría acceder por la posesión de un método científico. Otro rasgo fuerte en este ideario consistía en la ausencia de gradualismo y en la convicción de que la velocidad del cambio lo aproximaba a una revolución. Este autor también mostró con claridad el valor de las ideas en la definición de Frondizi como político innovador que fue (Altamirano 1998),

En primer lugar, recusaba el rol de la CEPAL como orientador de las políticas económicas y sus ideas respecto de la ayuda externa y el ahorro interno. Pero su principal diferencia consistía en que Frondizi y Frigerio creían en la industrialización como ruptura mientras que Prebisch era partidario de un mayor gradualismo. De todas maneras había más coincidencias de las que le gustaba reconocer.1 Ellas provenía de la inscripción genérica en la “economía del desarrollo” y por ende en el keynesianismo. En su concepción, el progreso histórico sólo podía alcanzarse a través del avance de la ciencia y de la técnica en sistemas económicos cada vez más eficientes y concentrados, capitalistas o comunistas, en un proceso de convergencia mundial. En ese contexto, los países periféricos necesitaban imperiosamente quebrar rápidamente sus estructuras tradicionales mediante industrializaciones aceleradas para no ampliar la brecha que los separaba de ambos mundos desarrollados.

Arturo Frondizi, como político profesional de larga data pero también como hombre interesado en la teoría y en la cultura, fue su fundador y figura central aunque Rogelio Frigerio, que había militado en su juventud en Insurrexit, una agrupación estudiantil orientada por el Partido Comunista, le imprimió una fuerte impronta ideológica y política notable. Junto a ellos aparecieron dirigentes como Isidro J. Ódena, Marcos Merchenski y Ramón Prieto, por citar algunos. Sin embargo, el representante de izquierda de este grupo fue un antiguo dirigente comunista, Juan José Real, que adoptó un perfil más bajo que los anteriores, alejado de cargos partidarios y políticos.

La biografía de este personaje se sitúa en su nacimiento en 1911, en el seno de una familia ferroviaria de simpatías socialistas. Pero en su temprana juventud se sumó al Partido Comunista donde haría una vertiginosa carrera ascendente hasta alcanzar en la década de 1940 el cargo de Secretario de Organización, encontrándose sólo un escalón por debajo de Victorio Codovilla y de Rodolfo Ghioldi en el liderazgo partidario. Real se caracterizó por una inclinación al trabajo intelectual y una incitación al estudio teórico (por la influencia del español Fernando Claudín), no demasiado común en esos tiempos de duro dogmatismo estalinista.

Su acercamiento a la cumbre del protagonismo político a escala nacional fue la antesala de su alejamiento del comunismo local y el giro de su carrera política e intelectual. En 1952, encabezó con el supuesto apoyo tácito de Codovilla una aproximación al gobierno peronista, del que se esperaba la cristalización de un frente nacional (que sería justamente el fundamento de sus reflexiones futuras). Este hecho que contenía el apoyo de la dirigencia, continuó en la segunda mitad de ese año cuando tanto Real como Codovilla se encontraban en el exterior, participando del XIX Congreso del PCUS. Pero el giro tuvo un abrupto final en febrero de 1953, cuando la dirigencia partidaria (básicamente Codovilla) optó por abandonar la orientación pro-peronista y utilizar a Real de “chivo expiatorio” con el argumento de la entrega del partido al nacionalismo burgués.

Real, en un proceso sumario, fue expulsado del partido en un episodio brumoso, pero común en los partidos que estaban sometidos al liderazgo soviético, cuya vida estaba atravesada más por la defensa de los intereses de la “Patria del Socialismo” que por las necesidades políticas internas.

A partir de su expulsión, Real pasó a integrar ese universo indefinido de comunistas desterrados que se distanciaban del partido sin perder la fe ni las concepciones que le daban sustento (Furet, 1995).2 La expulsión no disipó la utilización de categorías marxistas para entender la realidad argentina. Ellas unían la idea de la inexorabilidad de la ley histórica que determina la evolución de los pueblos con la existencia de una voluntad capaz de actuar sobre la historia.

Cuando el partido que expresa la voluntad racional de transformación social, no existe por la traición de la conducción a su función histórica, esta pasa a manos de los intelectuales que expresan el saber científico. Munido de este bagaje, Real comenzó a acercarse políticamente a Frigerio (al que había conocido en la década de 1930). La coyuntura de 1958 lo encontró colaborando con este gobierno, como muchos otros intelectuales como Viñas o Cúneo que provenían del grupo Contorno y que veían en Frondizi a un político que propugnaba un capitalismo moderno como antesala para una sociedad más avanzada. Pero aquellos abandonaron rápidamente el barco intransigente cuando se transformó en desarrollista y él por el contrario acompañó esta trayectoria poniéndole un sello original.

III. La historia nacional como instrumento de la comprensión del presente

Una de las notas salientes del pensamiento de Real residía en la adopción como método de comprensión de la realidad política y económica el análisis del proceso histórico, en el que estructuras y leyes dominan el transcurso de los grandes acontecimientos sociales, pero sin una determinación absoluta. Como dirigente del PCA e instigado por Codovilla, asumió la redacción del Manual de Historia Argentina (REAL, 1951), que fue por un tiempo la versión partidaria de la Historia Argentina, en reemplazo de la del expulsado Rodolfo Puiggrós. Sus trabajos dedicados al estudio de la formación nacional continuaron, reflejados en el dossier de 1957 de la Revista de Historia – dirigida por Bagú, Gregorio Weimberg, Enrique Barba y Juan Carlos Ferreira - sobre Unitarios y Federales. La participaban en esa compilación de Bagú, Barba, Beatriz Bosch, Felix Weimberg, Julio Irazusta y Julio Cesar Chávez revela que una consideración positiva por parte de ese grupo destacado de historiadores del momento.

En estos escritos comenzaba a perfilarse una concepción de la historia como la portadora del secreto del futuro que subyacía en tendencias o leyes inmanentes, que operaban más allá de creencias y prejuicios. El descubrimiento de aquellas sólo era posible con un método de análisis que permitiera ver por debajo de lo fenoménico, azaroso e impredecible. Su hipótesis inicial que explicaba la historia de los países subdesarrollados radicaba en el carácter incompleto de su formación nacional. Esta hipótesis remitía a pronunciamientos del mismo comunismo soviético, del que nunca abjuró completamente, cuando el XXII Congreso del PCUS de octubre de 1961 sostenía que “El nacionalismo de la nación oprimida posee un contenido democrático general enfilado contra la opresión y los comunistas lo apoyan, considerándolo históricamente justificado en una etapa concreta”. (Real, 1964ª: 75)

Su lectura del proceso de configuración nacional comenzaba en 1810-1816 con la propuesta de Moreno y de Rivadavia de una centralización en el antiguo Virreinato, enfrentando a la otra tradición definida como feudal y de origen colonial. La frustración de este proyecto provocó el fraccionamiento provincial. Estos avatares generaron un agudo retraso de la fragua nacional que resultó mucho más lenta que en otros países del continente, en parte por el interés británico de evitar la constitución de un país de grandes dimensiones en el cono sur. Las fuerzas nacionales integradoras debieron luchar también contra las tentativas de imponer proteccionismos provinciales que inhibían completamente el desarrollo de un mercado nacional. Las guerras civiles destruyeron las bases productivas artesanales y tradicionales sin generar sustitutos; había por tanto una masa de población que quedaba disponible para integrarse a las montoneras. Finalmente un federalismo transaccional se impuso después de la organización nacional en el cual los caudillos provinciales resignaron su supuesto derecho a percibir aranceles a cambio de compartir los ingresos de la aduana porteña (Real, 1974).

En la obra Treinta años de historia argentina, publicado en 1962, analizaba las más de tres décadas que iban de la caída de Yrigoyen en 1930 a la de Frondizi en 1962. Su tesis principal remitía a la aludida condición incompleta de la nación argentina y las conclusiones políticas que se deducían de ella. Dado este diagnóstico, para las fuerzas progresistas, la táctica del Frente Popular antifascista que pudo haber sido útil frente al totalitarismo de derecha y al neoconservadorismo en la década del ’30 pero resultaba ineficaz y anacrónico en el contexto de la segunda posguerra. En su lugar debía implementarse un Frente Nacional que reuniera en una misma coalición política a los representantes políticos de la clase obrera y de la burguesía industrial. Cuando los partidos orgánicos de las clases no existían, aparecía en forma espontánea un sucedáneo, el Movimiento Nacional (MN) de gran capacidad integradora.3 La heterogeneidad socio-política del movimiento nacional no obstaba para una identidad de propósitos entre sus integrantes, las más de las veces implícitos. Las antinomias izquierda-derecha, clericalismo-laicismo o militarismo- antimilitarismo corrían el eje del debate y quebraba la unidad del frente nacional. Esta política de Frente Nacional sumaba las aspiraciones inmediatas de la clase obrera y abría “el cauce a conquistas más avanzadas” (Real, 1962: 7-8), que podrían ser no capitalistas.

Los movimientos nacionales presentaban un carácter proteico que dificultaba su evaluación. Podía adoptar la forma del aparente fascismo de Nasser o la democracia de Nehru. Pero también incluía a coaliciones electorales como las que se podrían construir en Chile entre el Frente de Izquierdas y la Democracia Cristina. Podía transfigurarse como el getulismo que a pesar de su tránsito del estadonovismo al populismo, había mantenido la esencia en su devenir. Pero también podía expresarse por izquierda en el prestismo o el tenentismo. La opacidad estaba en la naturaleza misma del Movimiento; los discursos y los programas no eran relevantes ya que nunca podrían expresar acabadamente su heterogeneidad.

Analiza con detenimiento el caso del Brasil en el que se defendía abiertamente el apoyo comunista a Vargas durante las elecciones de 1951 en oposición a Ghioldi4 que había intentado inclinar al partido brasileño hacia el brigadeiro Eduardo Gómez, el candidato de la liberal UDN. El triunfo de Vargas fue acompañado tácitamente por Prestes y buena parte del voto comunista en otra expresión inorgánica del MN. Ello queda evidente cuando en ocasión del suicidio de Vargas en 1954, el PCB la brindó su reivindicación póstuma (Real, 1962: 98)

De acuerdo a este autor, en la Argentina la dinámica de emergencia del MN estuvo determinada por la espontaneidad. Cuando el movimiento nacional era desplazado, la oposición triunfante restauraba la situación política y social previamente predominante. Eso sucedió con la restauración conservadora. Pero otro golpe militar, el 4 de junio, formalmente similar en ideología y autoritarismo al de 1930, mutó para posibilitar el restablecimiento del movimiento nacional en el comando del Estado. Esta dictadura militar, por encima de las simpatías fascistas de algunos de sus jefes, entró en contacto con el nacionalismo popular del radicalismo intransigente y con el sindicalismo de masas. Incluso intentó entablar negociaciones con la dirigencia comunista que ésta rechazó. La clase obrera y el nacionalismo popular fueron la base del movimiento, pero allí la clase obrera no podía actuar como la vanguardia porque el partido que la representaba, el PCA, rompió sus vínculos con la clase ella (Real, 1964b). De esta alianza de clases singular, en la que la clase obrera no pudo ser conducida y representada por la organización que sería su expresión natural, surgió un movimiento nacional (el peronismo) cuya función histórica fue la incorporación de la clase obrera.

El carácter asistencialista de este primer peronismo vino de la mano de una fuerte expansión de las funciones económicas del Estado pero sin anular la participación privada. Su principal funcionario económico, el empresario Miguel Miranda, quiso reorganizar los ferrocarriles y la empresa de teléfonos como entidades mixtas pero el incumplimiento de los británicos y norteamericanos lo habría impedido.5 Entonces Perón debió estatizar los ferrocarriles y formar con ellos empresas públicas; de igual modo hizo con otros servicios públicos. Procuró además el autoabastecimiento energético y siderúrgico, pero careció de los recursos necesarios para convertir esas intenciones en realidades. El límite de la experiencia distribucionista residía en el estancamiento, (“la verdadera dependencia”), reconocido tácitamente por el propio Perón en 1952 cuando reorientó su política económica para favorecer la inversión y el crecimiento de la industria pesada, con la ley 14.222 de Inversiones Extranjeras. En esta misma dirección iban la misión Cereijo a los Estados Unidos, la devolución de marcas y patentes de las empresas alemanas y las negociaciones con las compañías petroleras norteamericanas.

A nivel estructural, los avances de la industria no habían conseguido neutralizar su dependencia del comercio exterior en el que se sostenía la estructura económica nacional. En este contexto la manufactura era como un ejército que había perdido el contacto con sus bases en el exterior; su crecimiento conducía inexorablemente a la crisis. Necesitaba crear sus bases en el terreno en que se libraba la batalla, es decir dentro de las fronteras nacionales.

Atendiendo a estas características de inorganicidad y deficiencia programática del Movimiento Nacional, podían entenderse mejor las incongruencias del peronismo con sus propias premisas de articulación de las clases fundamentales de la sociedad: ello derivó en el sometimiento de las organizaciones obreras al Estado y en los ataques al empresariado nacional. Esas incongruencias provenían también de la actitud revanchista de la clase obrera hacia el empresariado en recuerdo de la explotación pasada: “…su consecuencia fue un enfrentamiento de la clase obrera en su conjunto con el empresariado en su conjunto”, enfrentamiento que tuvo manifestación clara en el bienio 1954-55. El punto de desunión presente provenía de la demanda de incremento de productividad de los industriales y el reclamo de sostenimiento del salario del trabajador (Real, 1962: 126). Las dificultades se agravaban por la relación problemática con el capital extranjero, que la ley 14.222 no logró disipar, y que contribuyó a que las intenciones distribucionistas no fueran suficientemente acompañadas por las realidades productivas-

La incapacidad del peronismo de mantener articulada la alianza de clases que lo sustentaba, lo encaminó a su aislamiento cuando expulsó de su seno tanto a la Iglesia como a sectores de las Fuerzas Armadas. Este cuadro terminó en su derrocamiento en septiembre de 1955.

Con la Revolución Libertadora se impuso un régimen militar que proscribió políticamente al peronismo y entró en un proceso de conflicto con la clase obrera que mantenía la identidad peronista. Sin embargo, para Real el Movimiento Nacional subsistió latente. No iba a residir en un partido como la UCR ni en un movimiento de signo partidario como el peronismo. Quedó definido por los enemigos que lo enfrentaron para sostener intereses en favor de un país puramente agropecuario y de incipiente desarrollo industrial. Esto cuadro explicaba la emergencia del desarrollismo

El MN como fuerza latente se identificaba en esos momentos de incertidumbre con la búsqueda de la conformación de un capitalismo moderno, en el que se encontraban las fuerzas sociales innovadoras, esto es un empresariado que oficiaba de líder social del frente y una clase obrera que no sólo aportaba la fuerza sino también su número. A pesar de la fuerza que demostraba tener la Resistencia Peronista, las tareas nacionales subordinaban los intereses de la clase trabajadora a los de la Nación ya que el antagonismo de clases quedaba neutralizado por la necesidad de una síntesis nacional que se adaptara a la realidad de la coyuntura económica. Contaba a su favor a un empresariado que había superado el mezquino horizonte social de otras épocas, y ahora admitía tanto los beneficios para sus obreros y empleados como los sindicatos. Sabía que aumentar la eficiencia productiva requería del esfuerzo conjunto que obligaba a elevar el nivel cultural de los trabajadores para el aprendizaje de técnicas complejas, que son las que promueven la elevación de la productividad y la disminución de costos.

En este escenario comenzaron a gestarse las condiciones para una tercera emergencia del Movimiento Nacional. Muchos peronistas como Jauretche vieron la necesidad de buscar fuerzas aliadas para romper el cerco en el que había caído el movimiento en 1955. Esta necesidad derivó en el pacto Perón-Frondizi que fue calificado como siniestro tanto por la izquierda como por los sectores antiperonistas más recalcitrantes, sin reconocer su imbricación con el proceso nacional: ante ellos la respuesta fue “no se tuerce el curso de la historia con denuestos” (Real, 1962: 126-171).

Con la ascensión de Frondizi a la Presidencia de la República en 1958, nuevamente un representante del Movimiento Nacional se sentaba en la Casa de Gobierno, aunque su poder estaba limitado por unas Fuerzas Armadas, que en manos de oficiales con ambiciones de poder que habían abandonado las ideas de los generales industrialistas Enrique Mosconi y Manuel Savio para dedicarse a conspirar. La experiencia de 1958-1962, con sus contratiempos, expuso claramente que la “batalla del desarrollo” era una cuestión económico-cultural que no era comprendida acabadamente por muchos, aún aquellos que eran sus protagonistas, como los militares pero también la dirigencia sindical. El sindicalismo que había sido beneficiado con la reintegración de sus organizaciones, se enfrentó al gobierno desplegando una serie de medidas obstruccionistas. Las huelgas que casi inexistieron bajo la Revolución Libertadora, pasaron a ser en 1959 “por tiempo indeterminado”, lo que arrojaba dudas sobre las verdaderas motivaciones del movimiento sindical peronista que acababa de recibir las instituciones sindicales de mano del gobierno desarrollista. El panorama se agravaba con la aparición de la violencia, a través de atentados terroristas como el que había tenido por blanco a la empresa metalúrgica SIAM, una de las más importantes y tradicionales del país.

La resistencia y la agitación sindical derivaron en la movilización de las Fuerzas Armadas y en la puesta en tensión de los grandes protagonistas de la historia nacional. La batalla política de la hora enfrentaba a los integracionistas y los anti-integracionistas, que triunfaron en las compulsas electorales de 1961 y 1962. La división del frente nacional fue lo que permitió la caída de Frondizi en marzo de 1962. Este nuevo evento de interrupción institucional confirmaría en forma dramática las dificultades de afirmación del movimiento nacional, no sólo por la acción del sistema agroimportador, su adversario natural, sino también por las propias debilidades de este movimiento, en este caso, el enfrentamiento con los sindicatos, pero también las dificultades de integración al movimiento de los cuadros más importantes del Ejército. Nuevamente se hacía sentir en ese momento la defección del que debía ser representante de los “intereses históricos” de la clase obrera, el PCA.

IV. Los incentivos a la inversión externa en la visión del leninismo

Como se sabe, la convocatoria al capital extranjero fue uno de los aspectos que más acabó por identificar al programa desarrollista. Al defender esta postura, Real pretendía discutir dos importantes conceptos dominantes tanto en la izquierda como fuera de ella: por una parte la explotación económica directa de empresas extranjeras por medio de la ocupación de posiciones oligopólicas y por el otro la noción misma de imperialismo, uno de los tópicos más fuertes que dominaban el campo político.

Real partía de una lectura más económica que filosófica del marxismo. El desarrollo de las fuerzas productivas siguiendo a Marx era “un fin en sí mismo porque es la base de todo progreso y de todo bienestar social” (Real, 1964b: 78). El progreso humano estaba correlacionado con el aumento de la productividad del trabajo y el desarrollo de las fuerzas productivas, por lo cual el socialismo como “Reino de la Libertad” que sólo sería alcanzado cuando abundancia de bienes diera una posibilidad cierta a la distribución de la riqueza. Lenín había definido los logros de la Revolución Rusa con la fórmula “ferrocarriles + soviets” en la que la productividad del trabajo sería la llave de la nueva era. Una lógica económica y material impregnaba su enfoque, para el cual el socialismo sólo podía nacer de un aumento sostenido de la riqueza social (Arendt, 1988). Obviamente el programa de la Nueva Política Económica (NEP) 1921 con el enriqueceos de Bujarin y el liderazgo todavía pleno de Lenín, sería en esta perspectiva mucho más modélico que el comunismo de guerra o la planificación estalinista.

En esta clave, el Lenin de 1919-21 explicaba mucho mejor que Frondizi el papel transformador del capital extranjero.6 Real retomó los escritos económicos del Lenín de esos años y los reunió en una compilación sobre las concesiones a las empresas de países capitalistas interesadas en invertir para su propio beneficio en la construcción del socialismo. A través de estos escritos se reiteraba la necesidad de acudir a las concesiones a las empresas de capital extranjero, pertenecientes a los principales países capitalistas de la época, a fin de colaborar en la movilización de recursos para la extenuada economía rusa y el progreso de la Revolución socialista en los nuevos países soviéticos.

El compilador consideraba que las preocupaciones leninistas por atraer capitales extranjeros no habían sido flor de un día. En efecto, desde la firma de la paz de Brest-Litovsk con el imperio germánico, el nuevo poder se iniciaba a la búsqueda de inversores aunque sólo la finalización de la guerra civil permitió el arribo de acuerdos comerciales con resultados concretos, que creaban empresas mixtas con la participación de capitales ingleses, alemanes o norteamericanos. Otros acuerdos posteriores con firmas alemanas buscaban ayudar a la república a sortear las dificultades que le había impuesto el Tratado de Versalles lo que llevaría a empresas industriales, como la Krupp desarrollar sus negocios en Rusia, aportando además máquinas rurales para sus rústicas explotaciones. También se acordó con el empresario petrolero norteamericano Harry Sinclair para extraer fluido en la isla de Sajalín, que era disputada con Japón. Sinclair buscó acercar otros grupos inversores, cosa que sucedió en 1925 con la Vacuum Oil, filial de la Standard. En 1927 el Chase Bank ya financiaba la construcción de trenes eléctricos en el Cáucaso, además de la construcción de barcos cisterna y un oleoducto. El apaciguamiento del frente externo permitió al gobierno soviético firmar varios acuerdos con empresas extranjeras a las que se otorgaron concesiones para la explotación de minas de amianto y de carbón; se crearon sociedades mixtas para la explotación de recursos forestales y minerales. El hecho de que estas concesiones no tuvieran el impacto esperado se debió en gran parte por la reticencia de los estados capitalistas que temían la consolidación del modelo socialista7. Es decir que terminó predominando el factor político por encima de las leyes económicas.

Esa experiencia podía ser decisiva como enseñanza para la industrialización argentina en cuanto al aprovechamiento del aporte tecnológico y económico de las empresas trasnacionales para alcanzar las metas del Movimiento Nacional de crear una Nación donde había desintegración, diversificar donde había especialización y desarrollar en base a los cuatro pilares: siderurgia, energía, química pesada y transportes (Real, 1968: 30). El ejemplo soviético tenía valor adicional al representar la principal experiencia industrializadora en un país atrasado, completamente diferente de los casos británico y norteamericano, que se habían beneficiado de su inserción favorable en el mercado mundial.

El rastreo en las manifestaciones del comunismo local contaba con algunos antecedentes que nuestro autor convocaba en su ayuda. El propio Codovilla había mostrado una actitud benigna hacia las inversiones de los países aliados cuando en diciembre de 1945 durante la campaña de la Unión Democrática, convocaba las empresas extranjeras que vinieran al país a colaborar con su desarrollo. Ya en sus discusiones internas en el PCA de 1953, Real había defendido contra Codovilla las medidas del gobierno peronista respecto al capital extranjero. Incluso aparece remarcado el hecho de que el pacto Miranda Eady había querido hacer de los ferrocarriles una empresa mixta con participación de capital inglés. De la misma forma la Unión Telefónica también fue de hecho una empresa mixta aunque fallida. No olvidaba tampoco que Atanor y SOMISA nacieron como empresas mixtas.

Si los reparos nacionalistas e izquierdistas a la inversión provenían de la condición eventual de empresas monopólicas, esta distinción no podía aplicarse a un mundo donde la concentración era la ley y las leyes económicas no eran pasibles de ser exceptuadas. La exportación de capitales respondía inexorablemente a la necesidad de compensar la caída de la tasa de ganancia. Sin embargo, juega un papel positivo para el desarrollo del país cuando se instalaba en las ramas dinámicas de la producción, como lo demostrara la experiencia india.

Otro aspecto central del diagnóstico desarrollista residía en la “cuestión agraria” en el que atacaba algunas de las definiciones más tradicionales de la izquierda en torno al rol de la propiedad de la tierra. Desde la lectura de Real, la modificación de la estructura de propiedad, en lo que se llamaba “reforma agraria” no sería un estímulo para el aumento de la productividad ya que ella alentaba la pequeña propiedad y no la socialización. Real, siguiendo en este punto a Kaustky, consideraba que esa reforma no resolvía los conflictos que provenían de la división de las funciones entre terratenientes, arrendatarios capitalistas y jornaleros agrícolas.8 Dicha división se presentaba como más apta para favorecer la mecanización y los avances tecnológicos que el programa de “La tierra para el que la trabaja”. Esta bandera, que se proponía como una solución universal para los países latinoamericanos y que tenía cierto eco en la CEPAL, podría tener cierto efecto positivo sobre algunas comunidades rurales, pero obstaculizaría la capacidad exportadora, que ante la falta de una industria pesada era la única fuente de divisas para importar insumos industriales. Si bien la agroexportación ya no podía ser la rueda mayor de la economía, esto no implicaba que la modernización del agro pudiera aplazarse al ser sustancial en el proceso de industrialización que se propiciaba.

En síntesis nuestro autor proponía un abordaje del desarrollo del agro y de la industria que partiendo de los clásicos del marxismo, aspiraba a una revisión de los posicionamientos de la izquierda que en su opinión eran impedimentos para una ampliación de su influencia social.

V. Factores de poder y participación militar en la vida política

Las ideas del desarrollismo y de Real sobre la vida política e institucional son inseparables de la crisis política que se abatió sobre la Argentina a comienzos de la década de 1950 que entre otras derivas se tradujo en una tendencia incremental a la participación militar en la pública, expresada muchas veces en forma fragmentada y caótica. En este contexto surgía la teoría, ya comentada, sobre los factores de poder como actores decisivos para el MN. En cierto sentido puede resultar sorprendente esta teoría en boca de Frondizi que había encabezado a la UCR en la oposición a Perón, justamente concentrandose en la defensa de la constitución y de la democracia. Pero lo cierto fue que a partir del ejercicio de la presidencia y mucho más después de su derrocamiento el Grupo Desarrollista fue inclinándose mucho más a esta interpretación de la vida institucional en la que las formas institucionales están al servicio de los contenidos económico-sociales. En este punto Real compartía el pensamiento de Frigerio “La dictadura militar o civil, es la respuesta a las pretensiones de las masas de imponer sus derechos. Violencia de uno o de otros expresa la incapacidad de la democracia por sí misma para encauzar un proceso que lleva la turbulencia y la intolerancia en su entraña social y económica” (Frigerio, 1963: 146). La democracia era un continente cuyo contenido no siempre se adecuaba al momento histórico; debía ser preservada si servía para la consolidación del programa del movimiento nacional, ya que la institucionalidad era una variable dependiente: “…limitada a sus formas exteriores y sin ninguna incidencia en lo social y económico; porque aquí su democratismo hallaba una barrera en otro poder, en el poder económico” (Frigerio, 1963: 50). Una democracia verdadera solo podría surgir de la integración social y ella sólo podría sostenerse en un cambio de estructura económica y social.

La participación militar en la vida política nacional visible en la historia argentina desde 1930, era considerada un dato irreversible. Se imponía entonces proponía canalizar dicha participación en el sentido favorable al desarrollo nacional a partir de la conexión entre Defensa y Desarrollo. De esta conexión Real y Frigerio sacaban una conclusión que no era evidente: las Fuerzas Armadas se convertían en integrantes naturales del MN, a pesar de que muchas veces hubieran actuado en su oposición, llevadas por la influencia oligárquica. Limitar el rol militar a la Defensa Nacional no era conducente “…mientras ellas participen como participan en el desenvolvimiento económico del país a través de sus empresas y mientras las instituciones democráticas no se hayan afianzado suficientemente como para no necesitar más de su auxilio en resguardo de la verdad del sufragio”. La inseparable relación entre defensa nacional y desarrollo las comprometía con aquellos sectores políticos que tuvieran al crecimiento económico como su objetivo central. De esta forma, pretender que los gastos militares del presupuesto sean disminuidos, - “los cañones se transformen en arados” - carecía de sentido en un país en el que el presupuesto reflejaba el subdesarrollo y en el que una potencia extranjera nos proveía de tanto los arados como los cañones (Real, 1962: 179-180).

En función de esta definición, debía respetarse la organización y disciplina de las fuerzas. La actuación de los militares brasileños, durante la etapa varguista y la “democracia populista” demostraba que podían actuar positivamente en el progreso nacional. Si el golpe de 1964 no se encontraba en el mismo registro, no podía separarse de la política de Goulart de enfrentamiento con la oficialidad nacionalista que fracturó el frente nacional, involucionando hacia el frente de izquierdas. “La historia no tiene vacíos; si la sociedad argentina y la brasileña exigen tales o cuales transformaciones estructurales parirán de sus entrañas las fuerzas que las realizarán”.

Estas referencias son reflejos de las dudas que los “populismos” – más allá de sus variantes – generaban en los desarrollistas como Real. Estos cuestionaban el carácter confrontativo de los líderes de los “movimientos nacionales”, como Perón y Goulart, obstaculizaban la unidad del movimiento que ya contaba con enemigos poderosos. Por ello, se imponía la necesidad de contar dentro del movimiento con esos factores de poder como el Ejército y la Iglesia. “..levantando banderas y programas reformistas, el movimiento nacional derivó en un bloque de izquierdas; el bloque de izquierdas derivó en la fractura del movimiento nacional”. Ello terminó en que el gobierno de Goular se aisló en una vanguardia y con las vanguardias no se triunfa. (Real, 1964d: 11).

Allí el sindicalismo había actuado en forma confrontativa, algo que se habría de repetir en la Argentina. La dura resistencia gremial a Frondizi perdía de vista los beneficios generados por la recuperación de las organizaciones sindicales. De igual modo, aunque cuestionaba severamente al gobierno radical del pueblo, tampoco juzgaba positivamente el Plan de Lucha de la CGT de 1964. Más allá de quien ejerciera eventualmente el poder, las ocupaciones de fábrica rompían la alianza de clases que era el eje de un programa de desarrollo nacional. Aún en caso en que se alcanzara un acuerdo en torno a salarios mayores, las consecuencias fueron negativas tanto para las relaciones fabriles como para la macroeconomía por su influencia sobre la tasa de inflación.

Aparentemente, los conflictos del Estado con los sectores gremiales motorizaban la participación militar en la política aunque esta tenía causas más profundas. Las relaciones objetivas entre las Fuerzas Armadas, la estructura económica estancada y las necesidades de industrialización los impulsaba a irrumpir en la vida política. La conclusión de que politización de los uniformados resultaba casi obligadamente en la constitución de gobiernos militares no podía objetarse si esos gobiernos tuvieran un signo positivo en relación a la política de frente nacional. Pero por el contrario, los planteos sufridos por Frondizi en su etapa presidencial eran entendidos como el fruto de las particularidades condiciones políticas de agitación obrera y estudiantil que puso en guardia a los militares que habían retenido el poder real después de mayo de 1958.

VI. Violencia, autoritarismo y propuesta en los años 1963-1974

Como señala Touraine, la violencia emerge cuando el conflicto social “deja de ser negociable y se transforma en contradicción” (Touraine, 1989: 320). En la década de 1960 como sabemos se advierte una oleada revolucionaria a escala mundial. La proliferación de utopías revolucionarias abría a la tentación de que un gran acontecimiento pudiese cambiar la historia. Pero el mito revolucionario ganó terreno en la América Latina, desde la conversión de Cuba bajo el liderazgo de Fidel Castro, dada la suma de bloqueos a su desarrollo político, económico y social. Para la Argentina esta tendencia connotaba de forma particular, vinculada a una creciente fuerza del movimiento obrero y a la irresuelta situación del peronismo que parecía inclinarse a hacia formas insurreccionales, en lo que Codovilla denominó “El giro a la izquierda del peronismo”, pero también a las dificultades que presentaba el crecimiento económico y social.

Este escenario global hacía más verosímil el credo del grupo de Frondizi y Frigerio de que el desarrollo era inexorable, por una vía u otra. Si no capitalista, sería socialista. Esta convicción fundaba el rechazo de Real hacia la social-democracia por su inutilidad para ambos tipos de desarrollos. Aun así, la revolución socialista no estaba en ese momento a la vuelta de la esquina; la violencia guerrillera era inconducente, al menos en la Argentina, sin una clase capaz de orientarla o dirigirla y sin un partido que fuera el representante de sus intereses históricos inserto en la realidad específica del país. En los años 1963-66, el débil gobierno constitucional del presidente Illia enfrentaba a un movimiento popular proscrito y con sectores peronistas y de izquierda cada vez más dispuestos a la acción directa.

Para un marxista que creía en el valor clarificador de la teoría, un contexto de este tipo requería un intenso debate de ideas. Por ello, Real decidió crear una revista que planteara sus puntos de vista sobre la realidad nacional, dada la necesidad de darle vida al proscripto Frente Nacional y Popular: ¿Qué hacer? Por la nación y el socialismo. El nombre, en un claro homenaje a Lenin, invitaba a la reflexión y a la discusión dentro de la izquierda. En su primer artículo editorial el director se lamentaba de la fragmentación que empezaba a presentar una izquierda que tendía a la dispersión, en gran parte fruto de la fuerza expulsiva del PCA. En este panorama crecía un izquierdismo infantil, si bien endeble desde el punto de vista teórico, como reacción contra el oportunismo político del PCA. Este izquierdismo espontáneo requería de una “vanguardia teórica” a la que el equipo de la revista pretendía contribuir a forjar. Sin embargo, advertía sobre las debilidades que provenían del revolucionarismo vacío de la Revolución Cubana; había que elaborar un camino argentino al socialismo del cual el debate sería su mecanismo de elaboración ante el cerrado autoritarismo teórico de la dirección codovillista (Real, 1964a: 3-4).

Era un momento en que la tarea estaba más cerca de la teoría que de la lucha política propiamente dicha. La lectura de la realidad nacional debía hacerse bajo su luz. Los errores de interpretación dentro de la fidelidad a la teoría podían ser aceptados aunque no la falencia teórica lisa y llana. “No había cambio táctico que pudiera superar el error de concepción” (Real, 1964a: 5-6). ¿Para que servía la teoría? Para la determinación de los objetivos y los aliados de un sujeto colectivo ideal (la clase obrera) para aquél tramo de la historia argentina. La modalidad movimientista que adoptara la política argentina, tanto en el peronismo como en el radicalismo, que hacía que los principales partidos argentinos no fueran expresión de las clases dominantes, aunque las incluyera parcialmente, abría la puerta al ingreso de la izquierda en el movimiento nacional.

El golpe de Estado de 1966 que sepultó nuevamente una experiencia constitucional, semidemocrática del radicalismo popular, instauró como se sabe el régimen de la Revolución Argentina que contó con el apoyo del grupo de Frondizi y de Frigerio. Sin embargo, estos se alejaron de este régimen con críticas a su política económica, especialmente al Plan Krieger Vasena al que se cuestionaba por un eficientismo que no consideraba prioridades nacionales. Aunque era factible encontrar comunes denominadores entre el desarrollismo de 1958-1962 y el desarrollismo autoritario de Ongania, esta posibilidad fue abiertamente rechazada por los integrantes del “frondi-frigerismo”.

El comienzo de la década de 1970 demostraría el fracaso del proyecto de modernización autoritaria. La convocatoria a elecciones trajo la vuelta del peronismo, que triunfaría por medio del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) del que participaba el MID aunque con un protagonismo menor. Este neo-peronismo llegaba remozado con la inclusión de su ala de izquierda juvenil que se proclamaba revolucionaria y que proponía seguir el camino cubano al socialismo. La tentación revolucionaria seducía a una porción no despreciable de la juventud argentina, una tentación a la que el desarrollismo se oponía abiertamente. El periódico Cuestionario, dirigido por R. Terragno, especulaba sobre las posibles consecuencias de la participación del que se consideraba el tercer partido político, el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) en el Frente Justicialista de Liberación. El desarrollismo era visto como un grupo de hombres disciplinados tras la conducción de Frondizi y Frigerio que procuraban imponer sus criterios y que contaba con influencia en los sectores empresarios. (Cuestionario, 1973: 8-9). Aquí aparecía un aspecto formal que continuaba la tradición leninista en una férrea disciplina organizativa pero que interpelaba a otra clase fundamental, la capitalista. En ese contexto, Real supo tener un debate con Roberto Quieto en torno a la legitimidad de la violencia revolucionaria. Tal vez no fuera casual que este dirigente de Montoneros se entrevistara con Frigerio el día anterior a su desaparición en diciembre de 19759.

Estos hechos trágicos también signaron el último tramo de la vida de Real y su forma de concebir la vida política. Los problemas institucionales, que habían sido soslayados tanto en su interpretación como en otros ideólogos del movimiento, pasaron a ser el centro de la realidad nacional., agravándose tras la muerte de Perón en julio de 1974. Este nuevo contexto nacional propició que al interior del MID se fortalecieran aquellas tendencias que cuestionaban el “teoricismo” de Frigerio – por extensión de Real - que se consideraba perjudicial para las posibilidades electorales del partido. El giro s la derecha que adoptó el gobierno de Perón, primero, y de Isabel Perón, después, para frenar a los sectores de izquierda de su movimiento desembocaron en la conformación del grupo terrorista paraestatal Alianza Anticomunista Argentina. La figura de Real fue vista al interior de su movimiento como peligrosa para los intereses políticos, e incluso económicos, del Grupo Desarrollista. En este contexto se hacía más insostenible la pretensión de unificar al desarrollismo con el marxismo. Este cuadro general devino en su aislamiento dentro del movimiento y no puede descartarse que este aislamiento prefigurara el cuadro anímico negativo que terminó con su vida en noviembre de 1974 por un derrame cerebral10. Ese mismo día de su muerte, el MID sufría la escisión del Movimiento Línea Popular, dirigido por los dos dirigentes pertenecientes al tronco radical y al mismo tiempo con más poder territorial, el santafecino Carlos Sylvestre Begnis y el entrerriano Raúl Uranga.

El diario Clarín, que de hecho dirigía el propio Frigerio, destacó al informar sobre su fallecimiento que Real ya no era un hombre izquierda como él se reconocía, sino tan sólo como un miembro del movimiento nacional. Esta frase, que podría responder a ciertas necesidades políticas frente a las circunstancias mencionadas, no expresaba el núcleo del pensamiento de Real que justamente había tratado de explicar durante las últimas décadas de su vida que el movimiento nacional y la izquierda se necesitaban para expresar sus diferentes naturalezas y objetivos.

VII. Conclusiones

En este texto hemos intentado recorrer una trayectoria intelectual nacida en las entrañas del movimiento comunista internacional que vino a conjugar el marxismo con el desarrollismo capitalista. Esta operación intelectual era particularmente difícil durante el apogeo de la Guerra Fría. El mismo Frondizi y mucho más Frigerio y su entorno fueron considerados, como verdad indiscutible, simpatizantes comunistas por la oposición civil y militar. Estas acusaciones impulsaron a una sobreactuación de Frondizi que para desmentir las críticas declaró ilegal al PCA que lo había apoyado en las elecciones de 1958. Pero curiosamente Frondizi y el grupo desarrollista, que tanto habían sido cuestionados por este factor de poder, culminó apoyando a las dictaduras militares de las décadas de 1960 y 1970, más allá de que cuestionara sus políticas económicas.

Todo esto confirma que la historia de las ideas se presenta siempre como un proceso complejo donde los sentidos son inescindibles de los contextos que las producen. Esto es mucho más cierto cuando la producción de ideas no tiene un objetivo meramente especulativo o retrospectivo. Las contradicciones inherentes a la propia lógica discursiva se profundizan en la medida en que las reflexiones se refieren específicamente a la búsqueda de soluciones prácticas para una realidad política históricamente determinada. La tendencia a la contradicción tiene una fuerte presencia en el caso en que confluyen la condición de militante e intelectual. La comprensión de un pensamiento requiere aprehender las tensiones que le dieron vida. Esas tensiones llevaron a un antiguo militante comunista que creyendo firmemente en la existencia de un nexo objetivo que subyacía a la historia, poseía la voluntad de creer en el poder de la palabra y del saber, retomando la unión de ciencia y voluntarismo que había sido una de las marcas del leninismo.

La década del 60 planteaba los dos grandes problemas que eran a su vez los dos factores de poder mundial, el capitalismo y el socialismo. Juan José Real, siendo un leninista que fue tomando distancia del “socialismo real” soviético, nunca perdió la convicción en el destino socialista de la humanidad ni en el marxismo como teoría del desarrollo histórico. Aquellos que conocían como él dicha teoría tenían la obligación moral de ponerla al servicio de la colectividad a la que pertenecían.

El conocimiento de la teoría no presuponía que la verdad era una posesión individual. Su intento de propiciar un diálogo democrático al interior de la izquierda era la forma de superar el autoritarismo que se veía tras el “centralismo democrático” del PCA. Pero además de expresar un momento particular de la izquierda argentina, Real encarnaba una cuestión central de la agenda política posterior al derrocamiento de Perón, la cuestión del desarrollo económico. Por esta vía se daban la mano los intereses del empresariado nacional y los del proletariado. De ahí que el movimiento nacional que ambos integraban como sectores fundamentales tenía justamente como razón de ser ese desarrollo industrial, que completaba el proceso de conformación del país como nación y que a la postre se convertía en la vía argentina al socialismo.

Notas

1 Furet en este texto el autor analiza las variadas trayectorias de distintos adherentes al comunismo que tras alejarse del movimiento comenzaron a adoptar posiciones diferente respecto del movimiento pero siempre éste pasó a ser el centro de su análisis.Además de esta cuestión de tipo instrumental, Frondizi y Frigerio habían cuestionado severamente los resultados de la colaboración de Prebisch en el gobierno de la Revolución Libertadora (1955-1958).

2 Furet en este texto muestra que una de las características de los que dejaron las organizaciones del movimiento comunista nunca dejaron de referenciarse en él para mirar al mundo.


3 “Al acentuar las críticas a la izquierda, no pretendo invalidar su aporte al movimiento nacional; no creo que sus errores pasados la incapaciten para incorporarse a él…[ya que] el movimiento nacional no puede ser excluyente sino integrador”. (Real, 1962:7-8),

4 Rodolfo Ghioldi había participado, como enviado de la Internacional Comunista, de la Intentona de 1935. Como resultado de esta participación pasó varios años en la cárcel pero también le dejó una relación ríspida con el “Caballero de la Esperanza”. No parece casual que R. Ghioldi terminara encabezando el ala más antiperonista del Partido Comunista Argentino.

5 En este punto se advierte un matiz respecto a su posición en 1953 cuando en la discusión interna en el PCA defendió la progresividad de las nacionalizaciones del peronismo, justamente por independizar al país de los intereses del capital internacional.

6 Obviamente todas sus reflexiones sobre la Historia de la Unión Soviética estaba severamente limitadas por el desconocimiento que existía sobre el tema en esa época. Su visión siguió, salvo en el subrayado de las relaciones con el capital extranjero, la versión dominante en el movimiento comunista. Aunque andando el tiempo fue acompañando el giro crítico de algunos dirigentes especialmente del español Fernando Claudín.

7 La experiencia posterior convalidaba las iniciativas de Lenín. Tanto la experiencia yugoslava como los intentos de integrar a empresas extranjeras como la FIAT en la Unión Soviética de la década de 1960 se presentaban como confirmaciones ex post de estas posiciones.

8 En este punto su mirada no es tan leninista como kaustkiana. Reconoce la influencia de la obra clásica de Kautsky (1974). Esta versión cuya introducción fuera realizada por Giuliano Procacci, contó con la traducción de Real (que seguramente también habrá tenido que ver con la edición del libro), junto a Carlos Altamirano y Delia García. Allí analiza el programa agrario de la modernización capitalista que en beneficio de los aumentos de productividad y producción limitaba el crecimiento de la pequeña propiedad y de los campos comunes.

9 Debo esta información a Guillermo Ariza.

10 Debo esta información a la Dra. Norma Cadoppi.

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Recibido: 03/09/2015
Aceptado: 20/08/2016
Publicado: 15/09/2016

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